De lado o boca arriba, en colchón de muelles o viscolátex, solo o
acompañado, en pijama o sin él. Hay tantas maneras de dormir como
personas. Aunque los seres humanos tenemos en común que somos animales
diurnos. Hay, sin embargo, quienes son más madrugadores y activos por la
mañana –conocidos como alondras-- y otros que alargan la jornada hasta
la madrugada porque se sienten más productivos por la tarde –los
búhos--. Estas diferencias pueden deberse a razones fisiológicas, pero
también culturales y de costumbres.
“Todos tenemos un reloj interno biológico que se sincroniza con
factores externos. En el caso del sueño esa sincronización se da con la
luz. Dormimos por la noche y estamos activos durante el día”, explica Odile Romero, neurofisióloga, jefa de la unidad multidisciplinar del sueño del Hospital Vall d'Hebron de Barcelona.
Ese reloj biológico, que en el caso del sueño reside en el cerebro,
es el responsable de mantener los ritmos circadianos, es decir, que
determinadas funciones se repitan todos los días a la misma hora, por
ejemplo: dormir.
“Los relojes internos son muy parecidos en todas las personas en lo
que a sueño se refiere. Pero hay gente más madrugadora y gente a la que
le cuesta levantarse”, detalla Romero. “Los primeros son de tipo mañana,
por lo general nos referimos a estas personas como ‘alondras’; y otros
tienen dificultad para despertarse o sentirse alerta por la mañana, son
las personas tipo noche o ‘búhos”, explica Enric Zamorano, coordinador
grupo de trabajo de la Sección Sueño de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen).
También hay pequeñas variaciones en el tiempo necesario para tener un
sueño reparador. Lo estándar es dormir siete u ocho horas. “Aunque hay
dormidores cortos, que con cinco o seis horas se encuentran bien, y
dormidores largos, que necesitan nueve o diez horas. Sin que eso sea un
problema”, especifica Romero. “¿Cómo se sabe que estas variaciones no
son una enfermedad? Cuando en la vigilia la persona está bien,
descansada y activa”.
Independientemente del tipo de dormilón que sea cada uno, lo
verdaderamente importante es dormir el tiempo necesario con una buena
calidad de sueño. Es decir: descansar. Pese a la importancia de esta
función vital para el bienestar, y los problemas derivados de los
trastornos del sueño, todavía hay desconocimiento por parte de la
sociedad y algunos facultativos, opina el doctor Hernando Pérez Díaz,
coordinador del grupo de estudio de trastornos de la vigilia y sueño de
la Sociedad Española de Neurología (SEN).
“Si se ve a un compañero de trabajo adormilado durante el día, se
tiende a pensar que es un vago o un juerguista porque se presupone que
trasnocha. Pero no necesariamente es así”, apunta Pérez Díaz. “También
hay gente que asume que sus problemas les vienen de fábrica y no piensan
que tienen un problema del sueño”, añade.
En torno al 30 % de la población española padece trastorno del sueño
en algún momento de su vida, y hasta un 4 % de forma crónica, según
datos de marzo de 2013 de la Sociedad Española de Neurología. Pero solo
un pequeño porcentaje llega a ser diagnosticado por los profesionales
clínicos, alerta la organización. En el resto del mundo la situación no
es mejor. Menos de la mitad de la población evaluada en el primer estudio comparativo de seis países --EE UU, Canadá, Japón, México, Reino Unido y Alemania—presentado el pasado septiembre por la National Sleep Fountation estadounidense, declaró que dormían bien regularmente.
Los trastornos más comunes son, según los profesionales, el insomnio, la hipersomnia (tener sueño durante todo el día), la apnea
(cuando se corta la respiración mientras se duerme) o el síndrome de
piernas inquietas. “El más grave es la apnea, no solo porque interrumpe
el sueño sino porque puede derivar en problemas cerebro-cardiovasculares, y cuando ocurre hay que acudir al médico”, apunta Pérez Díaz.
El doctor de la SEN subraya que el trastorno más frecuente es, no
obstante, el insomnio. “Se da normalmente en personas que tienen
tendencia a la ansiedad”, afirma. Una circunstancia que aumenta con la
crisis, según Romero. “El estrés y las preocupaciones derivados de la
situación económica influyen mucho. La gente intenta resolver los
problemas en la cama y eso no puede ser. La cama es para dormir”,
subraya la responsable de la unidad de sueño del Hospital Vall d'Hebron.
Una opinión compartida por la SEN, que señalaba en un informe el pasado
marzo, con motivo del Día Mundial del Sueño, que un indicador de este aumento es la última Encuesta sobre Alcohol y Drogas, en el que se señalaba que, en los últimos seis años, se ha duplicado el número de personas que consumen somníferos, tranquilizantes o sedantes.
“Los factores que predisponen al insomnio son hereditarios (o
genéticos), psicológicos o la edad”, dice Zamorano. “Pero lo que
precipita su aparición suelen ser situaciones estresantes, turnos de
trabajo que alteran el ritmo de sueño-vigilia e incluso algunas
enfermedades y medicamentos”, añade.
Las causas pueden ser muy distintas. Y no todos los insomnios son
iguales. “El más conocido es de conciliación, pero también hay despertar
precoz, o de fragmentación, cuando la persona se despierta varias veces
durante la noche”, detalla Pérez Díaz. Estos son algunos ejemplos. Pero
el resultado es común: no se duerme la cantidad de horas necesarias
para que el sueño sea reparador.
Los malos hábitos o ciertas costumbres sociales pueden ser asimismo
desencadenantes, además del estrés, de situaciones de insomnio que de no
atajarse a tiempo, pueden cronificarse. “La mayoría de las personas no
duermen lo suficiente. Somos una sociedad que quema la vela por los dos
extremos. La gente permanece despierta toda la noche para estudiar,
trabajar o divertirse. Sin embargo, funcionar sin un sueño adecuado
produce consecuencias negativas a corto y largo plazo”, afirma Enric
Zamorano.
“A corto plazo, la falta de sueño adecuado puede afectar al juicio,
el estado de ánimo, la capacidad de aprender y retener información, y
puede aumentar el riesgo de accidentes y lesiones graves. A largo plazo,
la privación crónica del sueño puede conducir a una serie de problemas
de salud como la obesidad, la diabetes, las enfermedades
cardiovasculares, e incluso mortalidad prematura”, abunda el experto.
Mientras que para el tratamiento de la apnea o la hipersomnia es
necesario visitar al médico; para evitar el insomnio hay pautas de
higiene del sueño. Así, mantener un horario fijo de irse a la cama,
evitar hacer actividades estimulantes en las dos horas previas, hacer
deporte (pero durante el día), dormir en una habitación oscura y sin
ruidos o no cenar muy tarde, son hábitos sencillos para que el colchón
no se convierta en el enemigo.
La meditación o ciertas técnicas de relajación también “pueden ir muy
bien”, dice Romero. “Es más beneficioso y curativo que la medicación,
que resuelve el problema alguna noche, pero con el riesgo de la
adicción”, añade. En este sentido, el estudio de la National Sleep
Foundation de EE UU, revela que la mitad de estadounidenses y mexicanos
meditan antes de dormir para conciliar mejor el sueño. Aunque ver la
televisión es, de lejos, la actividad más común en las horas previas
antes de irse a la cama.
“Ver la televisión, escuchar la radio o leer, no son actividades que
dificulten conciliar el sueño siempre que nos resulten aburridas o
relajantes. Si la lectura o el programa te interesan mucho y te
mantienen alerta, te activarán y dificultarán que te duermas”, apostilla
Romero. La experta matiza que, pese a las características y consejos
comunes, lo de dormir es muy personal y, cuando surgen problemas, cada
paciente necesita “un traje a medida”. Y no es el pijama.
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